miércoles, 3 de noviembre de 2010

El loco del pelo rojo


Lust for Life (1956), basada en la novela biográfica de Irving Stone, aprecia al ser humano admirable y desdichado que fue a un tiempo Vincent Van Gogh, uno de los grandes de la historia del arte.

Su amistad y posterior convivencia con Paul Gauguin, que forma parte de la leyenda, poseyó una singularidad trágica; su descripción es todo un reto del que la película sale airosa. Anthony Quinn, secundario de lujo, pone de manifiesto su masculinidad característica, ruda y ostentosa. Su compatibilidad con Van Gogh --un apropiadamente vulnerable Kirk Douglas-- parece localizarse más allá de los pinceles. El subtexto homoerótico, tan hábilmente trabajado, expone a un Gauguin sadomasoquista, que al rechazar a su amigo se niega a sí mismo una oportunidad de ser feliz, pues el amor que Vincent le ofrece no conoce límites.

Cabe subrayar el papel que cumple la obra del héroe. A diferencia de otros retratos audiovisuales y también escritos de creadores connotados, los eventos guardan una nada gratuita correspondencia con la producción del biografiado. Por ejemplo, las escenas en París, en donde traba relación con los impresionistas. Etapa en que empieza a encontrar su dirección estilística, aprendizaje del que somos testigos privilegiados, ya que junto a Van Gogh asistimos al estudio de Pissarro, y al impresionante laboratorio de Seurat, padre del Puntillismo (novedad a cuyo pasajero cultivo se dio el recién llegado). Estas escenas atienden principalmente a su lección estética. También me refiero a aquéllas que nos informan de su vida cotidiana, organizada en función de su vocación, la cual lo conduce a establecerse en Arles.


Lo que el director Vincente Minnelli y su equipo reconocen es que en Van Gogh coexistieron un hombre y un artista como en pocos casos similares. Así que reducen la longitud de hechos tales como los de su experiencia parisina, y se explayan, en comparación, en la vivencia con Gauguin. Todo el filme contiene su fuerza en las situaciones que cosecha de las vivencias lacerantes del pintor. Situaciones intensamente dramáticas y concentradas, que transmiten la verdad que trasciende la crónica.

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