jueves, 7 de febrero de 2013

Algunas películas de Nora Ephron


Heartburn (1986)


La diferencia entre amor y enamoramiento, así como las tensiones y los vaivenes propios de la relación marital, son algunos de los principales temas de esta peculiar, memorable cinta dirigida y producida por Mike Nichols sobre la novela del mismo nombre, vertida en guión por su autora, la incombustible Nora Ephron. En el film, un perfectamente adecuado Jack Nicholson interpreta a Mark, un mujeriego intransigente cuya soltería contumaz será terminada a causa de su emparejamiento con Rachel, una Meryl Streep en soberbia representación de la autobiográfica escritora. Ambos, luego, experimentan en carne propia las vivencias más profundas y menos comunicables de lo que significa “hasta que la muerte los separe” --unión que suena, más literalmente de lo que tal vez se sospecha, a inalcanzable eternidad. 

Pero es Jack quien insiste en la consumación del compromiso, y esto es lo que le otorga a Heartburn --conocida en España con el cómico título Se acabó el pastel-- su primera clave de distinción. La gran estrella y, especialmente, el esencial actor que el público demasiadas veces ha valorado injustamente en Nicholson brilla con suma generosidad y amplitud. Su compañera Meryl es la protagonista, y Nichols enfoca su rostro, figura y emociones en una visión de túnel que excluye necesariamente al fabuloso histrión de Carnal Knowledge (quien en la obra que nos ocupa no es el antagonista ni mucho menos, salvo dentro de los más estrictos límites de la complejísima dinámica conyugal). Fiel al libro de Ephron, la realización se embarca en un examen de la feminidad contemporánea y urbana (si neurótica), en la línea de aquella excelente An Unmarried Woman, no obstante sin el aire europeizante ni el humor laxo de Paul Mazursky --recordemos que se trata del director de The Graduate, en cuyo sentido de la comedia no solamente encontramos un nuevo modo de ser trágicos (al menos desde cierto existencialismo), sino que además se nos da la oportunidad de incorporar nuestra individualidad de espectador (sin importar el género sexual) en la unidad de una figura cuyo protagonismo absoluto disuelve en sí cualquier interferencia deshumanizante (y en este caso cualquiera lo es) de la sociedad.


Lejos, pues, incluso del costumbrismo más extraordinario, la risa o al menos sonrisa inspirada en el drama cotidiano como clásico santo y seña logra momentos de significación indubitable, extrayendo sabiamente la mies que Ephron, como la Rachel de la pantalla, probó en este mundo. Trago amargo que resultó en una “historia de amor” sin la ingenuidad de sus congéneres, pero también plasmada con una admirable y única capacidad para transmitir el poder de la voluntad y la fuerza del carácter en una mujer casada, con dos hijos pequeños, y decepcionada de un hombre, pero no de la vida.  

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